8 de mayo de 2011

Ahora me lo permito.

Me doy cuenta, con el paso impasible del tiempo, que los ratitos de tristeza son necesarios en esta tarea de hilvanar un corazón descosido. Hace meses, todo dolía tanto, que el miedo se apoderaba de nosotros e intentábamos no caer en los tentáculos del recuerdo, para que la cinta andadora ganara en velocidad y el tiempo, cual parche viejo de tela, fuera remendando poco a poco todos los pesares. Básicamente, era cobardía, miedo a caer y tener serias dificultades para levantarse. Porque de vez en cuando nos asomábamos al pozo, más por obligación que por curiosidad, y aquello no tenía fondo alguno; ni siquiera cubo y cuerda a los que asirse como último trance. 

Hoy sé que todo fue necesario. Y que nuestro cerebro es más listo en modo automático que en modo manual. Quizás se activó el mecanismo de supervivencia y entendimos, por fortuna, que no era momento para pararse demasiado. Era momento para dejar salir, para fluir, para dejarse atrapar por la rutina más rutinaria y empujar las agujas del reloj lo máximo posible. Era tiempo para eso. 

Ahora, poco a poco, van llegando nuevos tiempos. Estamos un poco más recuperados del trauma y, aunque la sensación de vacío es infinita, volvemos a necesitar momentos tristes y abrazos entre lágrimas. Simplemente, porque ya nuestro corazón tiene los remiendos necesarios para aguantar nuevas lágrimas de vieja tristeza. Y ahora las necesitamos para no caer en lo inhumano, en la frialdad innecesaria. Rompemos la rutina sin miedo, para darnos un abrazo pensando y llorando, llorando y sintiendo, sintiendo y recordando. Y eso, se convierte en conveniente, e incluso en imprescindible, para poder seguir adelante. Para poder sonreír mañana. Para dar nuevos sentidos a estas vidas desangeladas por momentos.

No tengo miedo a la tristeza. He aprendido que puedo ser feliz aún siendo triste. Sé que mi cota de felicidad ya llegó. Sabemos que no seremos nunca más felices que aquellos días de junio en los que aún éramos ignorantes. Lo sabemos. Pero no nos agobia, ni siquiera nos preocupa en demasía, porque esto no significa que la nueva felicidad que nos espera, aún con matices, no merezca la pena ser vivida. 

Si algo tienen los momentos tan duros es que te dan una lección vital inolvidable: ¡¡VIVE!!

Ahora entenderás que
me haya quedado con las ganas
de bailar una sevillana 
con mi mujer y Paola...
Domingo (de feria) 08 de mayo de 2011

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues coge a tu mujer, pon un cd de la sevillana que más os guste a toda voz y bailarla. Aunque sea en el salón de casa.
Me alegro de que estéis mejor.
Saludos.

Ana Mari dijo...

Hoy, por fin, puedo darte mi más grande enhorabuena, sabiéndo que tu corazón va a recibirla en su totalidad. Os quiero.