13 de diciembre de 2019

Diciembre 2019

El comienzo del fin te engaña. Pero es un engaño útil. Te ayuda a sobrellevar el injusto y automático ir y venir de tus propios pasos. Ahora hacia allí. Ahora hacia allá. Quizas no. ¿O sí? 

No. Ahora y siempre: mejor no. 

¿Dónde ponemos el signo de apertura de la interrogación de una tragedia? ¿Al principio del todo o en mitad del camino ya tortuoso, complicado e inverosímil?

No. Ahora y siempre: mejor no.

Diciembre de 2013. Vida en esponjosa plenitud. Cuerpo sólido en apariencia de todo a falta de tanto. La vergüenza asoma y revivimos de nuevo, por tercera vez. Convencer tiene que ser algo parecido a vencer desde la victoria, a saltar con los pies en el aire.

La vida nos llevó al límite y lloramos desde el equilibrio que nos regaló en herencia quien nos embebió de templanza. Era diciembre de 2010: el dolor aún en frescura y nuevas sonrisas, consecuencias de la naciente y pudorosa felicidad, en modo espera. Tuvimos la esperanza, y la sapiencia también, claro, de saber que en esta vida todo aquello que te jode, por disfrazadamente necesario que se ofrezca, puede transformarse en energía que te dirija hacia al futuro. Abono que nutre al bello rosal (trabajo sórdido e infravalorado el suyo).

La muerte no era lo mejor que podía pasar, pero la mente mandada por el corazón nos dijo que sí. Y creímos. Ignorancia necesaria y conveniente. Autoengaño. Un bebé precioso no tiene que morir. Ni siquiera tiene que enfermar. El padre de un bebé precioso no tiene que creérselo, aunque egoístamente le ayude. ¡Qué hijo de puta quien lo dijo por primera vez!

Ya fuimos. Asustados, desolados, engañados, esperanzados... 
vencidos, convencidos y felices. Ya somos.

Diciembre siempre será especial. Dos veces diciembre. 


Viernes 13 de diciembre de 2019