10 de septiembre de 2021

Otra vez 10 de septiembre

Y ya van once. Uno tras otro. Pasan días casi inadvertidamente, entre recuerdos e imaginaciones, entre realidades y fantasías, entre lo que fue y lo que nos gustaría que hubiese sido. Y mientras, aprendiendo a jugar la vida. Y durante, viviendo.

Y en ese transcurso del tiempo, un día el espejo parece hablarte y te dice: "¿Llorar? ¿Para qué?" Y entiendes que la inmensidad de tu pena no depende de lugares ni de decorados. Que la pena infinita, pena  infinita es y será. Comprendes que tendrás que enfrentarte a pasear viendo madres dando de mamar a sus hijos  cuando el tuyo ya no lo hará jamás, viendo padres balanceando columpios en parques llenos de risas ajenas, cuando jamás conocerás el sonido de la carcajada de tu hijo. Una felicidad puesta ahí, entre tu pena, rodeándote, acorralándote incluso, incomodándote por lo impertinente de su coexistencia, pero necesarias y oportunas para ellos.

Y arrancas con el piloto automático encendido, deambulando por una vida que poquito a poco empieza a ofrecerte pequeños destellos de luz, aunque aun no te sientas preparado para disfrutarla. Porque el tiempo relaja la intensidad de los momentos y, a la par, ofrece oportunidades para la introspectiva, para poner palabras al sentimiento e intentar aprender a jugar la vida de nuevo, con reglas diferentes.

Y en esa introspección llena de soliloquios descubres matices aún por definir en tu boca pero ya sentidos en tu pecho, que siempre va por delante en esto de jugar a vivir. Y te preguntas de nuevo ¿Por qué sonrío si no debería? ¿Te traiciono si empiezo a ser feliz, hijo mío? Y lloras por dentro ¿¡cuántas veces van!?; lloras porque necesitas estar triste y no lo estás tanto como se presupone ¿¡Quién!?

Apareces así otro día menospensado en el mismo espejo. Y te miras intentando reconocer lo que un día fuiste, intentando no darte lástima para no darla a nadie. Eso no. Eso nunca. Y te hablas. Y luchas por convencerte. (¿saben una cosa? Convencido estoy de que a veces, más de cuatro veces, antes del convencimiento viene la palabra). Te autoconvences. Un padre que entierra a su hijo ha sufrido quizás el palo más duro que la vida puede darle. Ese padre, ése, merece ser feliz más que nadie. Sonreír y sentir. Porque ser feliz en la tristeza es necesario y conveniente. Y merece la pena. Porque la felicidad no se espera: se busca, se conquista, como la sonrisa de una mujer bonita...

...como tu sonrisa, esposa mía, aunque sea con el dulzor efímero de una rosa de chocolate. 



Y once años después, hijo mío, te sientes vencedor cuando entiendes que la vida impone las reglas y nosotros hemos aprendido a jugarla sin hacer trampas. Sientes que todo merece la pena cuando suena de fondo una canción y nos lleva a ti. Y sabes, certeramente, que no hay más.

"...vivir así no es vivir
esperando y esperando
porque vivir es jugar
y yo quiero seguir jugando"

A. Calamaro (2009). Paloma. Obras Incompletas.
Viernes 10 de septiembre de 2021.