16 de febrero de 2010

Avatar

El sábado estuve viendo Avatar en 3D con mis compadres. No soy mucho de cine de ciencia ficción. Ni me gusta El Señor de los Anillos, ni me gusta Star Wars, ni me gustan Las Crónicas de Narnia. Bueno, en realidad no es que me disguten, sino que no me llaman nada la atención y no las veo. Quizás ese sea el problema. Puede ser. Pero Avatar sí la vi. Y sí que me gustó. Y mucho, por cierto.

Pero no me gustó por sus efectos visuales. O al menos no solo me gustó por eso. Me gustó mucho la historia que cuenta, la trama de la película, la crítica social que subyace o al menos la que yo vi (o la que yo quise ver). 

Sin desgranar mucho la película, ni jodérsela a aquel que me lea y aún no la haya visto, que eso estaría muy feo, me apetecía dejar aquí algunos pensamientos o reflexiones que me ha suscitado el verla.

Seguramente, lo que más me llamó la atención fue encontrarme el pasado como motor del futuro. En el año 2.154, cuando los seres humanos (bueno, los occidentales, que somos los güenos)) llegamos al nuevo planeta nos dedicamos a dos cosas principalmente:

Por un lado, a buscar riquezas, a buscar dinero,. Lo que antes era el oro, ahora el petróleo, el día de mañana será una piedra , un mineral extraordinario descubierto en otro planeta y que esconde multitud de propiedades. Al mundo occidental del futuro sigue moviéndolo lo material.

Y por otro lado, los occidentales (que en esta película representan al ser humano, sin duda) intentamos, desde nuestra prepotencia,  imponer a los nativos extraterrestres, a los felices con su mundo, nuestras costumbres, lo que nosotros entendemos por desarrollo. Incluso, llega un momento en la película en que uno de los mandamases de este gran proyecto de búsqueda de riqueza en el nuevo planeta, dice extrañado: "pero qué quieren esta gente, si le hemos ofrecido construirle carreteras, escuelas, casas..." Y esta afirmación encierra mucho. Encierra, por ejemplo, soberbia, cuando los occidentales pensamos que nuestros valores son valores absolutos, que nuestras costumbres occidentales son las únicas buenas posibles, que la única salida de una civilización es hacerla por el mismo camino y hacia el mismo fin que la civilización occidental. Pero, sobre todo, encierra quizás la crítica al momento convulso que vivimos en nuestro planeta, en el que en lugar de aprender unas culturas de otras nos dedicamos a luchar, a restarnos, a chocar unos con otros, en lugar de empujar todos en el mismo sentido.


Y todo esto me lleva a acordarme del relativismo cultural, una palabreja que me enseñó una de las maestras de maestras (en la escuala de magisterio). Se trata simplemente de la nefasta costumbre de evaluar, valorar, observar otras culturas utilizando los parámetros de la nuestra. Y esto que es muy notorio en esta película puede que nos esté pasando (solo puede ¡eh!) a los occidentales con respecto a muchas costumbres y tendencias del mundo oriental y viceversa, que por desconocidas, quizás los valoramos de forma negativa... o puede que no, claro...que esto son solo reflexiones tras unas gafas de 3D.

Que si hay que invadir
Irak se invade,
pero invadir pa 
ná es tontería.
Martes, 16 de febrero de 2.010

Pd. Os dejo una pincelada más de información de la peli, por si os pica el gusanillo.


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6 de febrero de 2010

1 de febrero de 2010

¿Rutina o carácter?

Un niño. Eso nos dijo la ecógrafa. Como si estuviéramos hablando de papa o bistec, de si me pongo hoy el vaquero negro o el azul o de si prefiero ensalada o papas fritas para acompañar al filete de pez espada. Más o menos.

Quizá la pobre no sabía que allí había dos padres, bueno una madre y un padre, primerizos ambos, ilusionados ambos, medio acojonados ambos. Quizá no entendía que dentro de aquella sala había demasiadas lágrimas esperando su turno, demasiados vellos esperando rizarse o demasiados melocotones en la garganta. O quizás, simplemente quizás, sí lo sabía, pero prefería convertir aquello en una rutina, para no involucrarse demasiado. No lo sé y tampoco sé si me importa.

Pero aquello no me gustó nada. No me gustó su actitud rutinaria, su monotonía en la voz, su ausencia de sonrisas o de gestos ni su lejana lejanía. Entre ella y nosotros había una simple mesa, pero desde el inicio se construyó un muro infranqueable. Su boca lanzaba palabras que llegaban a nuestro cerebro, claro, pero nunca a nuestro corazón. 

Una lástima que aquella profesional de la medicina no tuviera siquiera una leve sonrisa en cuarenta minutos de consulta para unos padres esperando motivos para sonreír.

Por cierto, será Samuel Luna Molina. Será no, es, que ya mandas en nuestra vida. 

Lunes 01 de febrero de 2010