20 de marzo de 2016

La palabra es bella.


Mi nombre es Lolo... y no sé hablar inglés, ni cocinar, ni bailar sin notar que mil ojos me miran. No sé dibujar ni tengo habilidades para tocar la guitarra por más que lo intento.


Suena raro, verdad. ¿Quién se presenta así, quién presenta así a algún amigo suyo? ¿Quién realiza un currículum destacando aquello de lo que no es capaz, aquello que no domina por cualquier motivo?

Pues, por raro que parezca, esta fechoría la cometemos diariamente cuando nos referimos a personas con capacidades diferentes, que constantemente presentamos como discapacitadas, destacando aquello que no logran, que no pueden, realizar por motivos realmente importantes, sobre todas las cosas que sí saben o son capaces de hacer.

La importancia de las palabras queda aquí demostrada. No siempre la mentalidad impone las palabras a elegir. A veces el cambio viene desde la palabra elegida. Hagámonos conscientes de nuestras injusticias al hablar, sobre todo aquellos que tenemos la fortuna de convivir y aprender diariamente con niños, y hablemos desde las capacidades personales, desde lo que a cada uno nos defina, desde lo que cada uno seamos capaces de hacer.

La palabra es fuerte y bella. Nace y muere cada día mil veces. Tiene tonos y tonalidades, se camufla y aparece estelar con la galantería de quien conoce cada paso y, por ello, sonríe.

Ahora que es época de hacer el bien

Domingo 20 de marzo de 2016

16 de marzo de 2016

Nueve diecisietes de marzo

Hace 9 años que disfruto al (ad)mirarte mientras duermes, cada noche, como se disfruta lo irrepetible.

Mil cachitos sin posibilidad de recomposición.

Hace 9 años que, a sabiendas, como mujer bonita, utilizas tu sonrisa como arma y me regalas la primera de cada amanecer, con la certeza de saberme derrotado, de saberte la serena de las llaves de mis sentidos.

Te quiero esposa mía, me gusta quererte...

¡Felicidades!
Jueves 17 de marzo de 2016

Necesidad

Ahora siento la necesidad de escribir. Mientras viajo en el autocar, camino de nuestra excursión, rodeado de la inocencia bendita de los niños y niñas de mi cole. Ahora, tras leerte y revivirlo todo, siento la necesidad de que mis emociones fluyan, como río que busca el mar, desatascando preguntas tan inevitables como innecesarias.

Uno no tiene entre sus planes de matrimonio sano, con su ficticia capa de invulnerabilidad sobrepuesta, recibir la bofetada, estacada quizás, de conocer la faceta profesional y personal de un cirujano cardiovascular infantil, cuando tu primogénito viene a llenarte por completo. ¿Cómo decir entonces que me alegra haberlo conocido? ¿Que me siento en paz tras cada lágrima derramada en su despacho, tras aquel apretón de manos, tras aquella sonrisa triste de despedida?

Era miedo. Pánico. Terror. Llámenlo como quiera. Yo me quedo con miedo; eso es, miedo. Podré verme en mi vida en mil situaciones personales. Podrán intentar pegarme, robarme o ponerme entre la espada y la pared literalmente. Os aseguro, muchos sabéis de lo que hablo,  que no sería miedo lo que sentiría . Un hijo, una hija en peligro de muerte ... eso es el miedo.

Hoy he vuelto a llorar por fuera por Samuel. Hacía un par de meses que no lo hacía. Y volver a tener esos momentos me alivia el alma; al menos, hasta la próxima.

Al igual que me pasa con mi buena amiga Katia, soy incapaz de elegir palabras certeras para hacer llegar nuestro agradecimiento hacia grandes personas.
 
Seguramente, solo mis lágrimas inconfusas y confesables pueden estar a la altura.¿Quién sabe?


Más días como estos...
Miércoles 16 de marzo de 2016