16 de octubre de 2016

Hace 7 años ya.

Hace siete años, tal día como hoy, mi mujer se levantó de la cama, era sábado, y me dijo:
- Esto dice que sí, pero yo no sé.
Lo que tenía entre las manos era un predictor, y en su vientre, a Samuel, nuestro primogénito.

Estuvimos de bautizo de mi ahijado Pablo. Nosotros y nuestro ilusionante secreto. Nosotros y nuestra sonrisilla. Nosotros y mis caricias a su vientre.

El domingo por la mañana nos levantamos. Era día de compartir la buena nueva con nuestra gente. Antes, como buenos primerizos, llenos de dudas, de incredulidad, me fui a una farmacia de guardia a por otro predictor, que, como no podía ser de otra manera, ratificó lo evidente.

Me fui a jugar mi partido del domingo. Gané nuestro peculiar derby y metí el gol de la victoria (un gol premonizado por mi amigo Chava) y lo celebré con mi mano en mi vientre, disimuladamente. Era para ti.

Tras eso compartimos nuestra alegría con la familia de mi mujer primero y con mis padres después. Recuerdo sus caras de inmensa felicidad. Recuerdo cuando mi madre fue por sus gafas pensando que iba a ver una foto y se encontró un predictor, recuerdo a mi padre pedirme que le dejara llamar a mis hermanos para dar él la noticia.

Recuerdo que fui a ver a mis compadres y los hice bajar para decírselo, recuerdo que llamé a mi amiga Eli y a mi amiga Rocío, a mi madrina, a mi tío Jesús... lo recuerdo todo perfectamente.

Porque es imposible olvidar un 17 de octubre. Un día así es un punto de apoyo en una vida que ha necesitado muchas veces recomponerse. No puede olvidarse nunca, porque es imposible borrar de mi mente la cara incrédula de mi mujer, la ilusión silenciosa de sus ojos aquel 17 de octubre; no puede olvidarse nunca porque una sonrisa como la suya, provocando, inevitablemente, la mía, es una imagen que quedará grabada a fuego por siempre en mí y morirá conmigo.

Hoy es 17 de octubre de 2016 y es un día precioso, esposa mía, para decirte "te quiero".

Lunes 17 de octubre de 2016

4 de octubre de 2016

Y así te recordaré

Era un domingo "saborío". De tonos grises, de luz otoñal. Era temprano.
Primera Provincial Juvenil. AD Los Mares - Carmona. Abril de 1995.
Antes de entrar al vestuario te vi que llegabas. Me diste un beso cariñoso, como siempre hacías. Era la primera vez que venías a verme jugar. Yo vestía 16 años.

Empezamos perdiendo. 0-1. El partido se puso complicado. En la segunda parte empatamos. Y faltando poco conseguí meter el gol de la victoria. Lo recuerdo perfectamente: se me quedó el balón botando, el portero a media salida... una vaselina sencilla.

Corrí, corrí hacia ti. Estabas en la banda. Tus brazos abiertos eran el lugar perfecto para celebrar mi gol, que ya fue tuyo para siempre. Así me lo hacías sentir. Así me gustaba a mí sentirlo.

En las siguientes celebraciones familiares, cada vez que me veías charlar con alguien, aparecías y le contabas mi gol, que ya era tuyo, mientras acompañabas tus palabras con tu mano trazando una perfecta vaselina en el aire. Tu cara orgullosa, tu sonrisa de amor naciente, decían más de tu gol que tus propias palabras. Y, entonces, aparecía la Tata. Te sacaba un pañuelo del bolsillo y, celosilla, con esa cara seria tan particular que ponía como nadie, te limpiaba la baba mientras venía a decirme: "¡vaya cómo está de gordo con el gol de su Lolo!" Después, ella me comía a besos entrecortando palabras cariñosas y arrumacos variados.

Así pasó durante años. Celebración tras celebración, fiesta familiar tras fiesta familiar, se repetía nuestro gol.

Y así te recordaré. Con una sonrisa emocionada. Un recuerdo imborrable para mí, porque sé, así me lo hiciste sentir, que te regalé un ratito bueno, de esos que sirven para buscar lugares a los que volver cuando todo tu derredor camina sin rumbo.
 
Tato, descansa en paz, que bien lo mereces. Yo seguiré recordando por ti nuestro gol mientras viva.

Nuestro gol. Nuestro momento...
Viernes 7 de octubre de 2016