8 de abril de 2024

Las últimas veces

Casi cada fin de semana, durante mucho tiempo, años, acudíamos a la parcela de mi tía Mariluz y mi tío Rafael, junto con toda la familia de mi madre, a echar el día. Arroz, barbacoa, botellines, refrescos, mucha pelota, piscina (en temporada), juegos, risas... muchas risas. Éramos felices y los primos, sin saberlo nosotros pero sí nuestros padres, echábamos unos cimientos, benditos, que aún hoy nos sostienen feliz y firmemente. Gracias, viejos.
 
Casi cada día, durante mucho tiempo, dos o tres años, mi Martín, mi hijo mediano, me pedía dormirse en mi pecho, con nuestros latidos redoblando a compás mientras le contaba alguna de mis batallitas de futbolista de los malos, convenientemente aderezadas con mi particular visión de la historia. Alguna exageración que otra, lo normal.

A mi Paola, mi hija mayor, de naturaleza despierta, o alérgica, no al sueño pero sí a quedarse dormida, le encantaba que recorriéramos el pasillo con ella en brazos, su madre o yo, contando 40 ó 50 elefantes balanceándose en perfecto equilibrio en la mejor tela de araña jamás construida.

Las nochebuenas en casa de mi abuela Julia eran perfectas. Las Navidades, en general, lo eran. Comer, beber, familia, primos y cantar mucho hasta altas horas de la madrugada. Villancicos y sevillanas, alguna canción por bulerías, enorme mi tío Manué por Machín por fiesta. Jamás cambié ningún rato de estos por salir con los colegas a ningún antro de moda, a ninguna plaza alcoholizada y maloliente. Las nochebuenas, siempre, al lado de mi padre, mi tío Jesús y Salamarina. Eran, repito, perfectas. Además, siempre se hablaba algo de mi abuelo Antonio. Y eso, para mí que no llegué a conocerlo, molaba.

Pues eso. Cuatro momentos felices y plenos en mi vida sencilla. Cogidos al azar, como podría haber cogido cualesquiera otros. Tú tienes los tuyos. Y hoy, seguramente, me des la razón cuando te digo que aquello estaba muy cerca de la felicidad. ¿Quién necesita más? Y todos estos momentos, además de la felicidad, comparten que en su tiempo, todos ellos, durante largos periodos, fueron conjugados en presente y siempre con la sensación de infinitud, eternidad. Parecían como que por siempre ser, por siempre estarían. Pero no. Todos marcharon. Todos, sin saberlo, tuvieron una última vez, inconsciente yo de ello. 

¿Cuándo fue la última vez que cogí a mi hija, ya preadolescente, para llevarla en brazos a la cama? ¿Cuándo fue la última vez que fuimos a la parcela de mi tía, que dormí a mi Martín en mi pecho?

¿Cuándo será la última vez que recogeremos un salón desordenado de juguetes, que le diremos a nuestros hijos que los dientes se lavan todos los días, que le pongamos hora de vuelta a casa a mi hija?

¿Cuándo será la última vez...?

Lunes 8 de abril de 2024