9 de julio de 2017

Un domingo nublado de julio

El sonido identitario de la vieja puerta de aluminio y cristal dejó atrás media vida. No pude, ni quise, evitar que el corazón se hiciera pequeñito en un pecho que intentaba recoger los últimos olores, las últimas imágenes, los últimos detalles que convertir en bonitos recuerdos a los que volver cuando el alma así me lo pidiese.

Era un adiós voluntario sí, pero difícil y doloroso también. Que una cosa no quita la otra. Más de media vida profesional quedó ahí, tras de mí, enclaustrada al otro lado de esa puerta protegida con alarma, por si me arrepintiese. ¡Cuántas charlas con mi jefa Mariló, cuántas confesiones a Isa, cuántos consejos de Silvia o Enrique, cuánta complicidad con mi co-tutor Manuel, cuánta empatía en la mirada de Pili (¡qué especial eres!) capitaneando la cuadrilla del aula de La Alegría, cuánta admiración personal a esa capacidad de adaptación brutal de tantas interinas, cuántos buenos ratitos con tantos compañeros de trabajo ... cuántas cosas bonitas me llevo para mí! Cuando te vas de un colegio, 9 cursos después, siendo mejor maestro y persona de lo que eras cuando llegaste, es que todo ha merecido la pena; no encuentro mejor vara de medir.

Camino ya hacia mi coche. Solo. Es viernes, 7 de julio, son las 4 de la tarde. Mi última vez. "Todo termina en la vida", decían mis paisanos Los Romeros de La Puebla. Vuelvo mi vista atrás de nuevo y con ella me brota un suspiro. Claro que hay dudas. Muchas.
 
Entiéndanme. El Machado es un lugar maravilloso. A él llegué hace 9 años y allí me recibieron con una pregunta sencilla, y muy clarificadora también, que resumía la historia reciente de este colegio y que más que formulada para obtener respuesta, pareciera ser una carta de presentación del propio centro: "¿tú para cuánto tiempo vienes?" "A mí me gustaría estar un tiempecito, estabilizarme, repetir en un centro" es lo que, palabra arriba palabra abajo, acerté a contestar a tantas miradas expectantes en esa sala de profesores.

Ya sí, me marcho. Arranco el coche, guardo mi caja con mis cositas acumuladas en el maletero, cual despedido de su despacho en esas películas de sobremesa de Antena 3 que se duermen en casa de mi mujer, y salgo por la cancela. Me bajo por última vez a echar el candado, y me percato de que ya no tengo llaves del centro. Vuelvo a ser consciente de que es la última vez de muchas cosas. Un punto y final a una vida feliz, muy feliz.

No exagero, no. El Machado es un centro diferente, especial. El Machado es el mejor cole en el que se puede trabajar, porque el Machado es un cole con alma. Alma formada por las personas que en él (con)viven. Allí encontrarás a un claustro maravilloso y a unas familias cariñosas, que a su manera, lanzan un S.O.S. en clave, cifrado. El tiempo que tardes en entenderlo, en descifrarlo, es el tiempo que tardarás en enamorarte del Machado. No hay más. Pero no busques su clave en densos manuales ni en las últimas teorías pedagógicas. La clave está en los ojos de sus niños y en tu corazón. Busca en ellos la explicación, intenta ponerte sus zapatos día a día antes de juzgar sus pasos, y comprenderás. Comprenderás que sus familias son cariñosas y están necesitadas de fe. Porque no. No. No es justo. No tienen culpa de la falta de oportunidades, de que el puto sistema social establecido los quiera, los necesite, en ese estrato de pobreza (no hablo solo de lo económico) para poder ser pisoteados por gentuza avariciosa que intenta ascender sin mirar dónde ponen los pies. Y no, no es justo que ellos lo sepan, lo tengan asumido y hasta se conformen sin poner el grito en el cielo, agradecidos incluso por las migajas del sistema. Mi único mérito: preocuparme en conocerlos y creer en ellos. Creer que nuestras familias tienen tanto para enriquecernos que si somos capaces de convencerlas, el Machado sería imparable. Mi único mérito: hacer un diagnóstico certero, muy ayudado por mi predecesor Antonio Garrido Palanco, y trabajar mucho por encarrilar un tren que viajaba sin una meta común. Y así, pusimos con nuestro liderazgo y la incansable suma de nuestro claustro, el centro en el camino correcto, en la pista de despegue. Y, ahora, desde la templanza de este domingo nublado de julio, auguro que finalmente arrancará impulsado por Marina y su equipo. No me cabe duda. No imagino mejor sucesora. ¡Qué tranquilos nos marchamos!

Y de esta manera, como llega el amor verdadero, sin enterarme, me enamoré. Y yo, que soy de los que no sabe separarse en varios "yos", lo hice mío. Y los días fueron pasando. Así, como pasa el tiempo cuando se está bien, sin permiso, sin dejar estela. Y el cariño y el respeto me fue llegando multiplicando por mil mi inversión emocional. Y me fue calando, como chiribiri otoñal, sin modificarme en apariencia, pero empapándome hasta el tuétano. Y, entonces, disimuladamente, brotaron las primeras raíces. Ya todo estaba perdido.

Conduzco por última vez atravesando mi pueblo. Las Marismas quedan tras de mí. Las tostadas del Nene; las almendras fritas caseras del puesto frente al Cuevas; el vendedor ambulante de albures; el Ayuntamiento, con su alcalde Manuel (un tipo que merece la pena conocer, sin duda) y su equipo de concejales; Juan Carlos, el Melli, y sus constantes y naturales (que son las que de verdad merecen la pena) lecciones vitales; Mari Ángeles Calderón y su mirada apasionada, proyectada en cada persona mayor, que tanto cariño ha sabido demostrarme y que tanta admiración me procesa...; en definitiva: La Puebla, su gente. 

Ahora sí. Irremediablemente, disfruto la dureza de la despedida golpeándome inmisericorde, en forma de mil imágenes pasando por mi mente. Es un momento tristemente bonito. 

"Gracias por tanto Machado". Cuídate, que lo mereces.

Domingo 09 de julio de 2017