10 de septiembre de 2022

El verano termina cada 10 de septiembre. Doce años.

Joder, 12 años ya sin que me mires aunque yo lo siga haciendo cada noche, a cada rato. Qué sensación de impotencia, qué vértigo, cuántos recuerdos que necesito traer al presente mientras mi ojos brillan.

Hoy, en el aniversario de tu muerte, acaba nuestro verano. Se acaban esos dos meses y medio en los que cada año te siento especialmente diferente. Ese poquito de junio, con sus recuerdos de hospital, sus incertidumbres y sus primeros abrazos de corazones a compás; ese julio de buenos augurios, de vida plena compartida, de recarga de energía, de conversaciones y cimientos, de arrinconar al miedo; ese agosto de sí pero no, de pasitos lentos, de cuestas empinadas,  de sombras que nos perseguían; y ese septiembre cruel y certero, de alegatos de valentía, primero impostada, después impuesta.

Hoy, 10 de septiembre, se acaba ese momento especial de 2022. Esos 77 días en los que nos devolvías la mirada en aquel bendito 2010 se reencarnan de manera mágica, no me preguntes cómo, en sus tocayos cada año. Y mi vida, entonces y solo entonces, tiene un color especial. Nostalgia alegre, tierna, orgullosa, empoderada.

Sigue descansando en paz, hijo mío. Aquí, en mi pecho; ahí, en el de tu madre. Nosotros seguiremos viviendo aquí abajo ese trocito de tu vida por ti, como prometimos. Honraremos tu memoria encarando cada ratito que nos toque vivir  como tú nos enseñaste.

Te quiero, enano.