22 de septiembre de 2008

Epílogo

La noche era seca y fría. Ni siquiera la proximidad del río le daba un acento húmedo. Los invitados fuimos llegando a la puerta del teatro, donde nos esperábamos. Cuando el rompecabezas se hubo conformado, carente de esas piezas que suelen perderse por los huecos más inesperados, piezas que aunque hemos visto alguna vez, en el momento del juego no sabemos dónde están y una vez cerrada la caja aparecen con la inoportunidad de lo perdido, abrimos nuestros sentidos ávidos de nuevas vibraciones.

Regalos
22 de septiembre de 2008

11 de septiembre de 2008

El camarero

Cinco minutos y serían las diez de la mañana. Sería entonces cuando se abriría la puerta, como de costumbre, como solo ella la abría. Su perfume empezaría conquistando la sala, avisando de su presencia a aquellos corazones distraídos en inmundicias. Entonces, como siempre, se pararía para mirarla desde la indefensión, dejándose conquistar, deseando ser conquistado. No le harían falta palabras. Solo dejarse ir. Mirar y soñar. Y volver a mirar.

- Perdona, ¿has terminado con la sal? -osó, superando sus complejos, envalentonado por aquel cruce de miradas.
- ¿No ves que estoy hablando? - replicó cortante, como si no le conociera.

Volvió el olor a café, volvió el sonido de las cucharillas repicando en las tazas.


A María Cobos,
que decidió conocerme...
y quererme.
Te debo una.
11 de septiembre de 2008