17 de mayo de 2019

Sobre la felicidad y la paternidad.

Dos rayitas paralelas dan el pistoletazo de salida a la ilusión. Como por arte de magia empiezas a fijarte en todo. Igual que con los coches de autoescuela cuando te estás sacando el carnet de conducir, parece que se multiplican las embarazadas, los anuncios de pañales o de cremas hidratantes para bebés; como si alguien dirigiera tu vida, a lo "show de Truman" y colocara elementos referentes a tu paso. Así, poquito a poco, pasas, o te colocan, en el centro de una diana, te conviertes en el blanco de un bombardeo imparable, que hace poco ni siquiera intuías.

Despacito pero con firmeza centran tus miradas, te venden (y por mil veces repetido inconscientemente compras) un futuro tan irreal e incierto como inalcanzable: "Ser padres es ser felices siempre; en todos los momentos, en todos los lugares".

Y así, tras nueve lunas idealizando tu futuro próximo, vuestro futuro de familia feliz, plena, sacas tu llave y abres la puerta de casa para que entréis los tres por primera vez. La felicidad aguarda... o eso te habían subliminalmente grabado a fuego en tus entrañas (anuncio a anuncio, foto de Facebook a foto de Facebook, megusta a megusta...).

Sin embargo, conforme pasan los días crecen los miedos, las incertidumbres, las discrepancias en la pareja por la forma de crianza y aparece el cansancio... Los primeros conatos de ausencia de felicidad; las primeras apariciones de infelicidad, después; incluso, las primeras riñas. En definitiva, la primera hostia de realidad. El agotamiento, primero físico, después mental y por último emocional va ganando pequeñas batallas y amenaza ganar, incluso, la guerra.
Una idea avanza en tu cabeza y empiezas a entender que esto va a ser más duro de lo que te vendieron y "compraste", quizás sin más remedio.

Llegan las primeras necesidades de escapar un ratito, de buscar aire, de sentir lo gratificante que puede llegar a ser esa soledad buscada.

Pero en tu tuétano está escrito que ser padre es ser feliz y esto que convertiste, sin discutirlo, en axioma, lleva aparejado otra verdad relativa disfrazada de verdad absoluta: un buen padre tiene SIEMPRE ganas de estar con su hijo: necesitar soledad es egoísmo, es de ser un mal padre.

Incompatibilidades emocionales taladradas cual gusano mental en tu cerebro, cual parásito en tu alma, cual sanguijuela en tu pecho.

Porque no hay anuncios de revista, de TV, no hay fotos de Facebook con mil megustas, no hay reportajes de famosas, ni famosillas de tres al cuarto siquiera, que te expliquen la realidad, que te preparen para la montaña rusa de sentimientos y emociones. No los hay. No te acribillaran implícitamente con imágenes que te muestren que necesitarás gritar; que da miedo ser padre y tener a tu bebé con destemplanza a las 3 a.m.; que vendrán noches de insomnio; que nada agobia más que el llanto de tu bebé que no sabes calmar... y, sobre todo, que es normal, conveniente, necesario e, incluso diría que, imprescindible, por tu salud  y la de cuantos os rodean, que cada uno de los progenitores se guarde un par de ratitos a la semana para él o ella. No, nadie te dice que no dejas de ser buen padre por dejar a tu bebé amado con su tita, con su abuela, dos horitas, para estar un rato con tu mujer (aunque sea para hablar de tu mocoso); que no eres mal padre por no tener ganas de jugar un día con él, por estar apagado y tener ganas de llorar, gritar o salir corriendo (aunque a la vuelta de la esquina te vuelvas porque ya notas el vacío).

No. Nada de eso te hace mal padre. Al contrario. Entender y naturalizar estas emociones te ayudará a ser feliz y poder ofrecerle una compañía especial a tu hijo para conseguir disfrutaros mutuamente. Te ayudará a comprender y a querer más a tu mujer (verdaderas heroínas en esto de la crianza -sobre todo durante los primeros meses de vida-).

Por eso os digo desde mi experiencia de cuatro hijos: no compréis el artificio que os intentarán vender de la idealización de la paternidad. No creeros bichos raros. Todos pasamos estos vaivenes. Por ello, lo mejor que podemos hacer es estar prevenido, normalizarlos y tener paciencia.

A pesar de todo, ser padre es lo más bonito que me ha pasado en mi vida. Aprendí a querer en plenitud, por encima de mí, de una manera diferente. Aprendí a tocar el amor. Y ya, nunca, por fortuna para mí, este sentimiento tendrá vuelta a atrás.

Viernes 17 de mayo de 2017