11 de mayo de 2011

Preparados...

No es posible prepararse para no sentir tristeza. Es imposible que algo duela menos de lo que duele, porque los sentimientos cuando explosionan son incontrolables e inmedibles. Eso lo tengo bastante claro. Tan claro como que sí es posible preparase para vivir en la tristeza, para saber que tu vida puede cambiar y que si lo hace no debes agobiarte, que la tranquilidad es tu mejor aliada y que llorar no mata. Ahí está el quid del asunto.

Por eso, cuando vimos cómo Samuel involucionaba después de su operación y cuando nos dijeron que todo tendría el peor de los finales posibles, mi señora y yo nos preparamos para vivir tristes. Nos convencimos con conversaciones de sofá, de cama, de salas de espera. Y nos ha servido mucho. Era cuestión de tener claro que la tristeza nos acompañaría durante mucho tiempo y entender que necesitaríamos mucha paciencia para encarar los meses posteriores e incluso los años que nos quedan por vivir. 

Ahora estamos en un momento raro. Y sabíamos que pasaría. Buscamos nuestro segundo hijo, en este caso niña, Paola, sabedores de que nos sentiríamos extraños durante muchos meses. Extraños por acariciar una barriga en la que no estaba Samuel o por imaginar su cuna con otra cara y otro cuerpo. Y esta preparación nos está ayudando de nuevo; porque tranquiliza saber que todo lo que nos ocurre es "normal", que la reinvención de nuestra vida va por buen camino, que estamos justo donde tenemos que estar.

Y, desde este lado del espejo, aprovechamos algunos ratitos y nos preparamos para el momento del nacimiento, que intuimos tan feliz como duro para ambos, porque todo se recrudecerá y reviviremos aquellos días en los que nuestra ignorancia nos convertía en los padres más felices del mundo. Y cuando Paola llore su primera vez, cuando se monte en el carro, cuando tome el pecho de su madre o cuando dé su primer bostezo, echaremos más de menos a nuestro niño si cabe. Pero todo será desde la tranquilidad, sin agobios, sin impaciencias... y con lágrimas.

Todo eso llegará, claro. Y sentiremos de nuevo. Y lloraremos de nuevo. Y volveremos a desconocer si nuestras lágrimas serán hijas de la alegría o de la tristeza. Pero nos volverá a dar los mismo, porque esas mismas lágrimas serán la demostración palpable de que necesitamos el recuerdo de Samuel para avanzar y que Paola, y su despreocupada felicidad, ya está con nosotros.

Hablando de pre-sentimientos
Miércoles 11 de mayo de 2011

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