15 de enero de 2008

Hijos e hijas sin manual de instrucciones (V). La educación de los sentimientos.

- Papá, ¿qué es la felicidad? - soltó sin ser consciente de lo que aquella pregunta encerraba.

- Hijo mío, la felicidad es... una cosa que... verás... a ver cómo te explico... imagina que estás en... bueno, a ver si me sale un buen ejemplo... te acuerdas de cuando fuimos a... tampoco, tampoco es un buen ejemplo... ¡Uf, vaya preguntita "miarma"! Si te digo la verdad creo que yo tampoco sé qué es la felicidad...

Los sentimientos, esos grandes olvidados de la educación. Caemos en el error, gravísimo error, de intentar protegerlos de todo lo malo que pueda ocurrirles, porque así, pensamos, crecerán más felices. Pan para hoy y hambre para mañana. Como padres estamos obligados a educar, en el más amplio sentido de la palabra, a nuestros hijos e hijas. Y esto conlleva formarlos para las exigencias de la sociedad futura. Exigirles para alcanzar el desarrollo íntegro de la persona, objetivo anhelado en educación. Y se puede crecer feliz aunque te exijan. Un niño no tiene que ser feliz siempre. ¿Dónde está escrito eso? La felicidad es importante, muy importante, pero no es el único sentimiento que debe reconcer y sentir, valga la redundancia, un crío. La sociedad, la vida adulta, su futuro le exigirá que sepa responder a los reveses que le ofrecerá la vida. Le exigirá aprender de los errores, levantarse tras las inevitables caídas. Mejor si han sido preparados para ello, ¿no?.

Claro que no se trata de ponerlos deliberadamente en situaciones desagradables para enseñarlos a afrontarlas. No me entiendan mal. Su vida de infante también les da reveses, aunque ante los ojos adultos, parezcan asuntos nimios. Cuando lleguen esos reveses es cuando tendremos que aprovechar las ocasiones para hablar claramente de los sentimientos. Todos sentimos penas, alegrías, enfados, dudas, miedos... Nuestros menores también lo sienten y nuestra misión será enseñarlos a etiquetar esos sentimientos cuanto antes para que sepan responder cuando aparecen. Saber controlar las respuestas que provocan estos sentimientos, saber que lo que nos pasa es algo normal que le ocurre al resto de las personas, saber sacar partido a la tristeza, saber aprovechar y disfrutar los momentos de alegría, reconocer nuestros miedos o manejarnos bien en los enfados es fundamental para ese desarrollo íntegro de la persona que antes mencionabamos.

¿Y cómo puedo ayudar a mi hijo/hija? ¿Cómo se educan los sentimientos? En este punto creo importante: uno, no esconder nuestros sentimientos cuando hablamos con nuestros hijos; y dos, no sobreproteger, no criar a nuestros menores en la burbuja de la felicidad. Todo y cuando digo todo es todo, debe ser explicado a nuestros menores, por más tristeza que podamos causarle. Los niños son fuertes, muy fuertes. Por poner un ejemplo, cuando muere un familiar cercano muchos intentan que no se entere, decirle que se ha dormido, que se ha ido de viaje, que está en el cielo... Error. Los niños están habituados a la palabra muerte. La escuchan muchas veces al día. Nuestra misión será explicarles a su nivel qué es la muerte, qué pasa cuando morimos, por qué morimos... Os sorprenderán sus reacciones. Llorarán, como lloramos los adultos; se enfadarán, como nos enfadamos los adultos; sentirán impotencia, como las sentimos los adultos. Y ahí estaremos nosotros para ponerle nombre y ayudarlos a identificar qué sienten.

¿Te ha visto llorar tú hijo?
Edúcale el corazón...
quizás lo único que
no encuentre en internet.
Martes 15 de enero de 2008

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