15 de diciembre de 2010

Recordarte es vivir en el intento

Las últimas semanas de UCI fueron realmente difíciles para nosotros porque fueron realmente difíciles para nuestro hijo. Veíamos como la fiebre no dejaba que Samuel pudiera entrar en quirófano y el tiempo jugaba en nuestra contra. Temíamos que nuestro hijo no tuviera la oportunidad de luchar en quirófano y pelear por su vida. Eso sí que hubiera sido injusto... si es que su situación tuvo alguna pizca de justicia en algún momento.

Y en esas andábamos. Cada día Samuel se encontraba peor, con menos fuerza para tirar de su cuerpo (entiéndase corazón) y con más medicinas ayudando. Samuel necesitaba las medicinas para vivir, necesitaba el respirador artificial, la sonda gástrica para alimentarse y la sonda para hacer pipí; además de varias vías tomadas para la entrada de medicamentos directamente en vena. Y para que no sintiera nada de eso, además, Samuel estaba sedado, aunque no dormido del todo. Y es que Samuel estaba lleno de cables y sondas... tanto que entre bromas, entre caricias, entre besos, entre canciones, entre achuchones y entre otras historias, le decíamos que ya solo le quedaba la oreja sin tubos...

Pero ese día no fue un día cualquiera. Antes de irnos, cuando la enfermera vino a comunicarnos el final de nuestra visita, Samuel miró a su madre y le dedicó, seguro, su mejor y más bonita sonrisa. A pesar de todo lo que llevaba en lo alto, de la fiebre, del estrés que viven los críos en las salas de una UCI pediátrica, de los tubos, de la sedación..., Samuel estuvo varios días sonriendo a su madre, a sus abuelas y tita en varias visitas. 

Por esto, solo por esta sencilla anécdota, Lidia y yo decidimos encarar nuestra tristeza con una sonrisa en la cara. 

Solo por respeto a nuestro hijo o solo por respeto a su recuerdo.


Miércoles 15 de diciembre de 2.010
 

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