4 de junio de 2018

Junio y el arcoiris.

A veces no es que empiece a llover. A veces, simplemente, llegas a un lugar en el que ya estaba lloviendo.

Aquel día, hace un par de semanas, volvíamos a casa en coche de cualquier destino sin importancia. Jugábamos a los animales, o quizás a las adivinanzas, o cantábamos canciones infantiles con el único propósito egoísta de mantener despiertos a los tres pequeños, de hacerlos respetar nuestro horario adulto.

Pues en esas andábamos cuando llegamos cerca del pueblo y las primeras gotas empezaron a estrellarse contra el cristal. 
- ¡Vaya, qué raro, con el sol que hace y está empezando a llover! - les dije intentando provocar sus respuestas.
- No papá, no está empezando a llover, hemos llegado nosotros a un sitio en el que está lloviendo - me dijo mi Pepito Grillo particular rumiando alguna conversación anterior sobre este tema. Ella y su memoria. Yo y la mía.


Sobre el horizonte, a la derecha, dos majestuosos arcoiris, concéntricos. Uno pequeño, uno grande. Ambos delimitados, contorneados.

Y Junio en puertas. Y en él, el no cumpleaños de mi Samuel. Y en él, el segundo aniversario de la noticia de saber de Leo.

Un arcoiris necesita de la lluvia y el sol como yo necesito de la sonrisa y la lágrima para vivir.

Viernes 8 de junio de 2018

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