1 de enero de 2012

Una navidad después.

Llegué aquella tarde de trabajar, como otra cualquiera. Mi mujer bajaba las escaleras en el mismo instante en el que yo abría la puerta. Ya olía distinto.


Entrecortada, sin saludos que perdieran minutos, las palabras se escapaban de su boca. "Marío, estoy embarazada".


Nos abrazamos y rompí a llorar. Lloraba por Samuel. Lloraba por mi mujer. Lloraba por mí. Lloraba por abrir de nuevo el futuro. Lloraba porque, por fin, una nueva ilusión podría luchar contra tanta injusticia. El miedo no cabía, la desesperanza tampoco. Eran lágrimas de confusión, imparables todas. Lágrimas que ponían el broche a un 2010 impresionante, extraordinario, en sus más rigurosas ascepciones. Impresionante, porque nos impresionó. Extraordinario, porque se salía de lo ordinario, de lo normal.

Y salimos presurosos a nuestras casas. A gritarlo, a llorarlo, a sentirlo con nuestra gente necesaria. A recibir sus abrazos, a alegrarles la vida, a darles un motivo para, cuando menos, endulzar algo unas navidades que se presentaban demasiado amargas para poder siquiera intentar saborearlas. 

Ya hace una navidad de todo eso. La sonrisa de Paola analgesia nuestro alma. Nos da vida, porque nos permite recordar a Samuel, sin miedos ni fantasmas en nuestras cabezas. 

Un año de valientes, esposa. Un año para conocernos y amarnos en la desgracia mutua. Un año para tocar fondo e impulsarnos.

¡Disfrutemos!

"Te estoy queriendo tanto que..."
Domingo 1 de enero de 2012 

No hay comentarios: