A veces miro con ojos anclados en el ayer. Nos veo desde un balcón con vistas a lo que no pasó. Y veo sonrisas que vuelan acompañadas por tiernas miradas que reposan en la profundidad de unos ojos que admiran más que miran, de unos ojos que no saben recordar, de unos ojos que solo imaginan, sueñan, diseñan. Y mi alma se confunde. Y mis vísceras se remueven. Y no soy yo quien tus ojos de espejo devuelven. Y no eres tú quien mis ojos atinan. Aunque sí sean nuestros cuerpos los que se abracen.
Y todo se marcha, como lo hace el verano con la primera redacción sobre las vacaciones, con la primera rebeca en la ciudad. Todo se marcha. Menos yo, que quedo con mi tristeza. Menos tú, que quedas con tu tristeza. Menos nosotros, que quedamos con nuestra alegría.
Y todo vuelve. El día, sin ti. La noche, contigo.
Y aparecen nuevas miradas con ojos anclados en aquel ayer que nunca ocurrió. Y todo vuelve al principio: al baúl de los sueños que nunca se soñaron, al cofre de los abrazos que nunca se dieron.
Retorna el amanecer distraído, con su beso que todo lo calma de la mano, con su beso que todo lo puede.
Retorna el amanecer distraído, con su beso que todo lo calma de la mano, con su beso que todo lo puede.
Y al final,
tantos pasos circulares,
para no encontrarte.
(Martín Lucía)
(Martín Lucía)
Lunes 1 de abril de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario