Entre tanto, te miro. Y tus ojos, siempre atentos; tu sonrisa, siempre tímida; y ese hoyuelo, que me destroza, soslayan el trasiego que en mi habita. Y el tiempo dicta impertérrito. Parece que incluso mañana fue ayer.
Y, entonces, llegas. Y ahí vas, rubia mía, pasando de puntillas por cada momento que la vida te plantea, como una hada que, apenas posada en cualquier rincón inhóspito, deja su esencia y reverdece el inhabitado espacio que le rodea. Esa virtud de llenar el vacío de tu derredor. Tuya es, hija mía, no la pierdas.