Cada vez hace mas tiempo del 10 de septiembre y cada vez resulta todo más confuso. El mismísimo tiempo, que te aleja de aquellos oscuros recuerdos, que te ayuda a recomponer la herida, a convertirla en cicatriz cosida que limita pocos sentimientos, es, ese mismo paso del tiempo, el que te hace vivir nuevas experiencias con tus hijos, y el que te obliga a sonreír con ellos, para ellos, por ellos. Sonrisas que, casi cada vez, vienen acompañadas de un sordo lamento, tiznadas de tristeza, melancolía, nostalgia. ¿Cómo sería todo si pudiera besarte, si pudieras besarme?
Septiembre llega para recordarme lo efímero, la insignificatividad de quien cree que todo lo tiene porque todo puede tocarlo; lo abstracto, muchas veces, también se palpa.
Fue un 10 de septiembre cuando me arrebataron una vida para entregarme otra. Y es todo confuso, muy confuso para mí: mi ahora, con este pellizquito de triste sonrisa, de alegre tristeza, que tanto me gusta, sería completamente distinto sin aquel 10 de septiembre en el almanaque. Tendría otra vida.
Hace 8 años ya de todo y, lo único que puedo aseverar es que aquel miedo que me paralizaba al principio de olvidarte más de la cuenta fue infundado. Hoy estás más presente que nunca y ese dolorsito, me da la vida y, en parte, me alegra.
Hoy empiezo las clases con mi grupo de 3º de primaria. Con mis niños de 8 años. Bendita coincidencia.
Lunes 10 de septiembre de 2018
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