Las noches de Julio me desnudan el alma, porque es el mes que más disfrutamos de Samuel. Claro que tuvimos mil agobios. Imagina la situación: padres primerizos (eso ya es un agobio en sí mismo) que tras diez días de UCI se llevan a casa a su hijo con una cardiopatía grave que sería corregida a vida o muerte en quirófano al final del verano. Y añádele que el cirujano cardiovascular se sincerase y nos comentase que cuanto más peso ganase Samuel, más posibilidades de sobrevivir a la operación tendría.
Así se presentó Julio. Como un máster en paternidad.
Y tras muchos ratitos hablando, tras mucho convencimiento y autoconvencimiento personal, decidimos echarle coraje y disfrutarlo. Samuel merecía a unos padres en plenitud y ese esfuerzo compensaría (aunque ahí no imaginábamos cuánto). Así que aparcamos la operación. Aparcamos el miedo. Dejamos de llorar, ni por fuera ni por dentro. Y fuimos a por la vida: a vivirla, a afrontarla sonriendo. Fue difícil, joder, muy difícil, pero hoy puedo escribir muy orgulloso que tuvimos dos cojones y lo conseguimos. Y eso es seguro, tras mi Samuel, y tras la decisión valiente de volver a buscar hijos y ver nacer a sus hermanos, de lo que más orgulloso estoy en esta vida.
Por eso me encanta Julio. Por eso lo escribo con mayúsculas. Porque Julio me desnuda. Huele a Samuel. ¡A vida! A paseos, a noches durmiéndolo en mi pecho, a sus "ajós", a mi mujer y su hermosa sonrisa de madre; huele a amor verdadero, a atardeceres con toda la vida por delante.
Julio me deja sin palabras porque me repleta de sonrisas vencedoras, de lágrimas vencidas.
Julio me trae a mi Samuel como ningún otro mes será capaz de ofrecérmelo. Por eso lo celebro.
Es mi manera de tenerlo presente, de no olvidar; no a él, nadie olvida lo que no necesita recordar. De no olvidarme a mí. De seguir sabiendo quién soy...
... y, sobre todo, de seguir sabiendo quién quiero ser.
Te debo tanto...
Martes 24 de julio de 2018
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