Empezó pidiéndonos permiso para tutearnos. El Dr. Reza Hosseinpour, una eminencia mundial en cirujía cardiovascular infantil, un mago que regatea a la muerte ajena, nos pedía permiso para tutearnos. Tenía el ordenador apagado, nada sobre la mesa y a las cinco y media, hora de la cita, salió del despacho para ver si estábamos. Pequeños detalles. Yo los miro mucho, porque los valoro mucho. El Doctor, permítanme que lo escriba siempre en mayúsculas, nos estaba esperando dispuesto a regalarnos su tiempo.
Fue una bonita y útil conversación. Acudimos a su despacho con la simple intención de agradecerle todo lo que hizo por nuestro hijo y todo lo que hizo por nosotros.
Es evidente que a veces no hay culpables. A veces hay muertes inevitables. Al menos en el aspecto concreto. En la hipótesis de lo abstracto seguramente esto no quede tan claro y los límites se tracen algo más difuminados.
Estuvimos una hora y cuarto en su despacho. Fuimos para presentarle a nuestra familia. A nuestros tres pequeños. Como hace siete años y medio nos pidió. Estoy seguro de que formaréis una bonita familia. Cuando esta tragedia os duela un poco menos me gustaría que vinierais a presentármela. Algo así nos dijo.
Y a mí se me quedó grabado. Y con el nacimiento de Leo, volvió al primer lugar de mi mente. El Doctor no pudo corregir el malformado corazón de Samuel, pero sí evitó daños adquiridos en el corazón de sus padres y contribuyó con sus palabras a que nuestros tres enanos alboroten a diario nuestras vidas.
Una hora y cuarto recibiendo una lección de humildad y respeto. De cariño. De fortaleza. De humanidad. Un hombre único e indescriptible. Que salva vidas infantiles, hacedor de milagros por la mañana y que por la tarde encuentra el hueco para recibir en paz a una familia necesitada de sus palabras, y de su mirada agradecida también. Un hombre que se acuesta con la responsabilidad de curar un corazón pueril a la mañana siguiente.
Ha operado a miles de niños y ayudado a miles de familias. Y nos reconoció. Recordaba a nuestro Samuel, que en parte también es ya un poco suyo. Dice que le acompaña en quirófano. Que cada vez que tiene un corazoncito en su mano, suspira de alegría al comprobar que no es irreparable como el de Samuel.
A nosotros con eso nos basta. A él le basta con la presencia agradecida de unos padres y con comprobar que sus 3 siguientes hijos nacieron posiblemente de la valentía adquirida aquel mediodía, en su despacho, en aquella charla dura emocionalmente, pero empática y precisa en sus palabras, como si su bisturí manejase.
Doctor, lo importante del primer paso es su sentido, no su longitud, y tú nos pusiste en la dirección correcta... Mis palabras le gustaron. A mi me gustó que cuando fui a darle la mano para despedirnos, él tirara de mí para darme un abrazo mientras me daba las gracias.
Otra cosa me dijo y que se me grabó a fuego: "la modestia es una mentira disfrazada de virtud".
Os aseguro que la sensación de cumplir tu palabra es algo maravilloso.
Gracias Doctor, por todo, por tanto...
Sábado 17 de febrero de 2018
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