Recuerdo que éramos lo más parecido a una gran familia. Tipos tan distintos, tan singulares, tan auténticos. Tipos con sangre inyectada en los ojos como denominador común. Unos bohemios quizás, si por bohemia me refiero y te refieres a la parte romántica de la utopía, de la genialidad, si por bohemia te hablo y me hablas de la belleza de sentirse cómplice de una locura común.
Escúchenme: lo que hoy les cuento pasó en un manicomio. Literalmente. No me digan entonces que esta vida, tan hija de puta por momentos, no es pura poesía. Unos cuantos, locos de remate, idos, entregados a la histeria común, entre las paredes donde 40 años atrás moraran psicópatas. No hay nada más perfecto, y hermoso, que una línea curva que termina por dibujar un círculo.
Allí perdí, perdimos todos, años de vida, claro. Pero esa bendita inconsciencia nos hizo temerarios y nos ayudó a llenar el corazón de esos momentos que te elevan al olimpo de los elegidos. ¿Has saboreado tal vez, lector de mis entretelas, el placer de soñar con lo inalcanzable, de creer en lo imposible, de trabajar por lo improbable, de conseguir lo ansiado? ¿Sabes de lo que te hablo? Claro que sí. Te hablo de amor, no creas que era otra cosa. ¡Amor! en su más bella expresión, AMOR en mayúsculas, amor hecho, construido con y para cada ratito, en cada instante fugaz, en cada sentimiento pasajero, en cada presente inacabado, eterno e inacabable.
Hoy, 10 años después, sigo teniendo la sensación de que aquello no hubiera podido acabar de otra manera. El destino lo diseñó todo, como si una mujer que se sabe bonita fuera: ¡qué bella partitura! Y nosotros, como si nada importante hiciéramos, lo ejecutamos maravillosamente bien, por cierto; recibiendo cada reto a portagayola, como recibe la vida quien la trata por derecho.
Gracias a todos los que, aunque fuera con un simple detalle, me regalasteis la posibilidad de escribir esto, diez años después...
17 de junio de 2007
17 de junio de 2017
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