Era un domingo "saborío". De tonos grises, de luz otoñal. Era temprano.
Primera Provincial Juvenil. AD Los Mares - Carmona. Abril de 1995.
Antes de entrar al vestuario te vi que llegabas. Me diste un beso cariñoso, como siempre hacías. Era la primera vez que venías a verme jugar. Yo vestía 16 años.
Empezamos perdiendo. 0-1. El partido se puso complicado. En la segunda parte empatamos. Y faltando poco conseguí meter el gol de la victoria. Lo recuerdo perfectamente: se me quedó el balón botando, el portero a media salida... una vaselina sencilla.
Corrí, corrí hacia ti. Estabas en la banda. Tus brazos abiertos eran el lugar perfecto para celebrar mi gol, que ya fue tuyo para siempre. Así me lo hacías sentir. Así me gustaba a mí sentirlo.
En las siguientes celebraciones familiares, cada vez que me veías charlar con alguien, aparecías y le contabas mi gol, que ya era tuyo, mientras acompañabas tus palabras con tu mano trazando una perfecta vaselina en el aire. Tu cara orgullosa, tu sonrisa de amor naciente, decían más de tu gol que tus propias palabras. Y, entonces, aparecía la Tata. Te sacaba un pañuelo del bolsillo y, celosilla, con esa cara seria tan particular que ponía como nadie, te limpiaba la baba mientras venía a decirme: "¡vaya cómo está de gordo con el gol de su Lolo!" Después, ella me comía a besos entrecortando palabras cariñosas y arrumacos variados.
Así pasó durante años. Celebración tras celebración, fiesta familiar tras fiesta familiar, se repetía nuestro gol.
Y así te recordaré. Con una sonrisa emocionada. Un recuerdo imborrable para mí, porque sé, así me lo hiciste sentir, que te regalé un ratito bueno, de esos que sirven para buscar lugares a los que volver cuando todo tu derredor camina sin rumbo.
Tato, descansa en paz, que bien lo mereces. Yo seguiré recordando por ti nuestro gol mientras viva.
Nuestro gol. Nuestro momento...
Viernes 7 de octubre de 2016
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