Hace siete años, tal día como hoy, mi mujer se levantó de la cama, era sábado, y me dijo:
- Esto dice que sí, pero yo no sé.
Lo que tenía entre las manos era un predictor, y en su vientre, a Samuel, nuestro primogénito.
Estuvimos de bautizo de mi ahijado Pablo. Nosotros y nuestro ilusionante secreto. Nosotros y nuestra sonrisilla. Nosotros y mis caricias a su vientre.
El domingo por la mañana nos levantamos. Era día de compartir la buena nueva con nuestra gente. Antes, como buenos primerizos, llenos de dudas, de incredulidad, me fui a una farmacia de guardia a por otro predictor, que, como no podía ser de otra manera, ratificó lo evidente.
Me fui a jugar mi partido del domingo. Gané nuestro peculiar derby y metí el gol de la victoria (un gol premonizado por mi amigo Chava) y lo celebré con mi mano en mi vientre, disimuladamente. Era para ti.
Tras eso compartimos nuestra alegría con la familia de mi mujer primero y con mis padres después. Recuerdo sus caras de inmensa felicidad. Recuerdo cuando mi madre fue por sus gafas pensando que iba a ver una foto y se encontró un predictor, recuerdo a mi padre pedirme que le dejara llamar a mis hermanos para dar él la noticia.
Recuerdo que fui a ver a mis compadres y los hice bajar para decírselo, recuerdo que llamé a mi amiga Eli y a mi amiga Rocío, a mi madrina, a mi tío Jesús... lo recuerdo todo perfectamente.
Porque es imposible olvidar un 17 de octubre. Un día así es un punto de apoyo en una vida que ha necesitado muchas veces recomponerse. No puede olvidarse nunca, porque es imposible borrar de mi mente la cara incrédula de mi mujer, la ilusión silenciosa de sus ojos aquel 17 de octubre; no puede olvidarse nunca porque una sonrisa como la suya, provocando, inevitablemente, la mía, es una imagen que quedará grabada a fuego por siempre en mí y morirá conmigo.
Hoy es 17 de octubre de 2016 y es un día precioso, esposa mía, para decirte "te quiero".
Lunes 17 de octubre de 2016
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