Parecía un día
cualquiera, un entrenamiento cualquiera, un ejercicio cualquiera.
Era mi turno.
Recuerdo que el ejercicio acababa con unos metros de velocidad. “Hasta donde yo estoy”, nos decías. Como
todos mis compañeros, intentando arañar algo de esfuerzo en el ejercicio,
empecé a frenar unos metros antes de la línea final. Me miraste. Nos apartamos
del grupo. Y me comentaste, más como padre deportivo que como entrenador:
“Si el trabajo termina aquí, tú siempre un
poquito más, unos pasitos más, unos metros más… en este ejercicio y en
cualquier cosa que hagas en tu vida”.
Hace más de dos
décadas que esas palabras quedaron a fuego grabadas en mi conciencia.
Posiblemente no te acuerdes de aquello. Pero ese consejo ha ido y venido
conmigo desde entonces.
Le debemos
mucho al fútbol. Muchos de aquí sabéis que no exagero. Otros, otras, pensaréis
que no es más que un vicio de unos cuantos descerebrados. No os engaño. Hablo
con el corazón en la mano sacando palabras desde mis entrañas. El fútbol es la
excusa. O el tiento, según se mire. Las personas somos el motivo. Las amistades
hechas en un vestuario son de una pureza tal que se presumen casi imposibles de
derrumbar. Como si nada, el fútbol, el vestuario, te dona la oportunidad de conocer a las personas en
la útil derrota y en la retratante victoria, te ofrece la oportunidad de
aprender a ser humilde aún manejando metas ambiciosas, de desarrollarte
individualmente formando parte de un grupo. Te obsequia, por tanto, un
escaparate sin igual en el que elegir quién quieres que esté en tu vida.
Hace más de
dos décadas que el fútbol me hizo amigo de un hombre bueno, sensato y honrado.
Que supo conocerme como casi nadie y proyectar su pasión por el fútbol en mí. Un
defensor nato de la educación deportiva, el maestro que me enseñó, que enseñó a
sus chavales, a ser honrados por encima de cualquier gloria. Un hombre que supo
hacerme entender que la elegancia y la victoria, que la derrota y la dignidad
siempre van de la mano cuando la pasión subyace en ellas.
Hoy me siento
una persona dichosa por estar aquí, con mi familia, resintiendo que una de las
personas que marcaron mi camino vuelve a ofrecerme, a ofrecernos a todos, la
posibilidad de comprender que la pasión y el amor deben ser el paisaje común
que tengan todos y cada unos de los caminos que transitemos. La música que debe
sonar en todos nuestros bailes. Lo verdaderamente importante.
Recibo, de nuevo, un valiosísimo aprendizaje de tu parte, de vuestra parte, que hoy, a
diferencia de aquel, sí voy a agradecerte con un sincero y sentido:
Gracias Antonio, Gracias Dolores. Te quiero. Os quiero.
Sábado 29 de agosto de 2015
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