Siempre la veo especialmente guapa en el cine. Me gusta mirarla. Me gusta la realidad que me devuelve. Aquella noche la miré, como siempre. La belleza era triste. Sus ojos volaban. "No deberíamos estar aquí, debíamos haber tardado mucho en regresar al cine", me dijo con lágrimas guardadas, que no escondidas.
Era la primera vez que volvíamos al cine tras la muerte de Samuel. ¿La película? Cualquiera valía. Era otra de esas tareas obligadas, tareas con ganas vacías e importancia llena. Obligación contraída con nosotros y con nuestro hijo, firmadas en aquellas últimas sonrisas más llenas de paz que de tristeza. Permiso para vivir, para elegir vivir, para sonreír sin su presencia. Deberes para ir haciendo.
No es fácil todo lo nuevo, pero llega. El duelo dura lo que tardas en hacer viejas cosas de siempre con la nueva tristeza contraída, con la ausencia venida, con el aire ocupando espacios que antes ocupaban sonrisas, imágenes y abrazos en clave de amor regalado, de amor por regalar.
El tiempo dolido debe ser vencido por el tiempo doliente.
El tiempo dolido debe ser vencido por el tiempo doliente.
A pocos días de un día especial.
Viernes 14 de diciembre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario