Es simplemente eso, esposa: disfrutar tu sonrisa, verte guapa ante el espejo de unos ojos ajenos, olerte como se huele una tostada al amanecer de un frío lunes de invierno. Se trata tan solo de nombrarte como supe que te nombraría, de quererte también como tan bien supe que te querría.
Porque me gusta llorar tus lágrimas como si mías fueran, hacerte reír con aquellos chistes usados, cantarte al oído como soñé mientras me pierdo entre brasas que realzan la perpetuidad de tu cuerpo deseado.
¿Y si me siento a recordar cómo algunas palabras de amor viajaban de corazón a entrañas, de labios a oídos, de almohadas a sueños, de vida a corazón preguntándose el camino? Entonces me descubro sonriendo cuando me miro en un cristal imaginado. Volar a tu lado asido por todo lo construido, sabiendo que volar es andar con la imaginación, que imaginar es quererte en el futuro, que recordar es quererte en el pasado, que amar es quererte como hoy te quiero. ¿No es acaso eso?
Déjame desear morar cada rinconcito que huele a ti, cada escondite que volver a olvidar para volver a descubrir. Deja que te dedique nacidas palabras de amor. Déjame, esposa, dejar claveles, donde tú dejas tus pasos, para no dejar de quererte, por más que pasen los años (Martín Lucía). Déjame siempre que lo haga todo, como hoy me dejas.
Cualquier día a cualquier hora.
Viernes 7 de diciembre de 2012.
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