Cualquier cosa valía. Eran tiempos de trompos, de grillos en las manos, de estampas y de álbumes. Eran tiempos de balones y bicicletas. La amistad se medía en puñados de pipas, en invitaciones a chucherías, en grabar con llaves nuestros nombres en los bancos de madera.
También eran tiempos de sembrar, de crear lazos, de juntar nuestras manos para llegar más lejos, de querernos a nuestra manera. La Luna estaba mucho más cerca y jugábamos a tocarla a cada instante. Era fácil imaginar. Y bonito. Y divertido. Porque los sueños tenían mucho de sueños y el futuro era un folio en el que apenas se dibujaban algunas palabras sueltas.
Y es que eran tiempos despreocupados, con muchas sonrisas y pocas lágrimas. Los problemas eran problemas hasta que dejaban de serlo y las carcajadas se contaban por miles. Porque cualquier cosa valía para reírnos, para querernos.
Empezábamos nuestros caminos. Andábamos, corríamos, saltábamos... volábamos. Juntos. De la mano. Sin miedo.
Y fue un día cualquiera, en una tarde de verano cualquiera, mientrasel Sol se retiraba glorioso, como solo puede hacerlo quien se sabe siempre vencedor, cuando nos dimos cuenta que sería para siempre. Que la vida, que nuestros caminos estarían repletos de posadas comunes, de destinos cercanos, de puntos de encuentro. Daba igual el lugar. Daba igual la hora. Daba igual el frío o el calor, la lluvia o el viento. Notar vuestra presencia. Solo eso. Notar vuestra presencia.
Y todo ese pasado se convirtió en presente. El ayer se hizo hoy. Y llegaron tiempos distintos, pero también nuestros. Aquellos días nos dieron la oportunidad de crecer juntos. Quizás no éramos conscientes de nada. Seguramente no entendíamos que cada paso hacía camino, no entendíamos que cada lazo ataba, no entendíamos que cada impulso derramaba letras de vida. O quizás, sí.
Hoy es 29 de octubre. Un día inolvidable en nuestro año inolvidable. Un día grande en el que la Luna parece algo más lejana, claro, pero aún alcanzable. Tal vez simplemente sea cuestión de seguir intentándolo. Hoy toman incluso más sentido aquellas letras manuscritas que tal vez el cariño, el amor, la sinceridad, la admiración, la ternura, la amistad... escribieron para ti...
Cuando una palabra
vale más que mil imágenes
y un abrazo más que mil palabras
llega el tren de los momentos,
llega el tren de los pequeños (grandes) detalles.
Y es que no han sido pocos los momentos para los detalles en estos últimos meses. Detalles hijos de aquellos trompos, de aquellas bicicletas, de aquellos balones. Detalles que siguen perpetuando lo importante de la vida. Que llenan pechos vacíos, que arrojan luz ante tinieblas, que humedecen gargantas deshidratadas por los certeros golpes de esta vida invivible por momentos. Detalles que nos recuerdan. Que nos fotografían. Que nos hacen eternos.
Yo no sé qué nos deparará este futuro incierto que hoy comienza. Seguro tendremos momentos para la risa más sincera y para el llanto más profundo. Momentos en los que la Luna se disfrace de Sol para confundir las sombras. Momentos en los que las princesas no sean capaces de convertir ranas en príncipes y las brujas vistan tallas 38 y aromen sus cuerpos con perfumes caros.
Pero también habrá, seguro, momentos en los que el Sol no permita abusos, en los que un reloj marcando las doce no decida que una carroza vuelva a ser calabaza. Momentos en los que la Luna se deje tibiamente acariciar por nuestras manos.
Luis, Eli. Eli, Luis. Seguid haciendo camino; puro y sincero como hasta ahora. Seguid aportándonos esa tranquilidad de saber que cuando Cenicienta y las hermanastras calcen el mismo número de zapato, siempre encontraremos vuestros corazones abiertos para refugiarnos. Vuestros corazones. Ese lugar en el que tan a gustito me encuentro.
El mío lo tenéis abierto. Entrad sin llamar. Ya sabéis que en él no existen preguntas, ni juicios, ni tormentos. En él solo existen trompos, bicicletas, albero, balones...
Eli, te quiero. Luis te quiero. Que os vaya bonito.
En Sevilla, a 29 de octubre de 2.011
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