El 2010 empieza a escurrirse. Se escapa poco a poco entre barrotes. Yo no quiero que termine. Uno nunca quiere que termine el mejor año de su vida. Es algo evidente.
El año en que nace tu hijo es, simplemente, el mejor año de tu vida. El año en el que te agobias con sus primeros llantos, en el que torpemente lo bañas o en el que te dedica su primera sonrisa, no puede ser nunca un mal año. ¿A que no, Rocío?
Por eso, el 2010 calma más que duele, incluso ahora que el desgarro es demasiado desgarro.
¿Por qué no elegir la miel?
Jueves 02 de diciembre de 2010
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