Cinco minutos y serían las diez de la mañana. Sería entonces cuando se abriría la puerta, como de costumbre, como solo ella la abría. Su perfume empezaría conquistando la sala, avisando de su presencia a aquellos corazones distraídos en inmundicias. Entonces, como siempre, se pararía para mirarla desde la indefensión, dejándose conquistar, deseando ser conquistado. No le harían falta palabras. Solo dejarse ir. Mirar y soñar. Y volver a mirar.
- Perdona, ¿has terminado con la sal? -osó, superando sus complejos, envalentonado por aquel cruce de miradas.
- ¿No ves que estoy hablando? - replicó cortante, como si no le conociera.
Volvió el olor a café, volvió el sonido de las cucharillas repicando en las tazas.
- Perdona, ¿has terminado con la sal? -osó, superando sus complejos, envalentonado por aquel cruce de miradas.
- ¿No ves que estoy hablando? - replicó cortante, como si no le conociera.
Volvió el olor a café, volvió el sonido de las cucharillas repicando en las tazas.
A María Cobos,
que decidió conocerme...
y quererme.
Te debo una.
11 de septiembre de 2008
que decidió conocerme...
y quererme.
Te debo una.
11 de septiembre de 2008
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