Ahora siento la necesidad de escribir. Mientras viajo en el autocar, camino de nuestra excursión, rodeado de la inocencia bendita de los niños y niñas de mi cole. Ahora, tras leerte y revivirlo todo, siento la necesidad de que mis emociones fluyan, como río que busca el mar, desatascando preguntas tan inevitables como innecesarias.
Uno no tiene entre sus planes de matrimonio sano, con su ficticia capa de invulnerabilidad sobrepuesta, recibir la bofetada, estacada quizás, de conocer la faceta profesional y personal de un cirujano cardiovascular infantil, cuando tu primogénito viene a llenarte por completo. ¿Cómo decir entonces que me alegra haberlo conocido? ¿Que me siento en paz tras cada lágrima derramada en su despacho, tras aquel apretón de manos, tras aquella sonrisa triste de despedida?
Era miedo. Pánico. Terror. Llámenlo como quiera. Yo me quedo con miedo; eso es, miedo. Podré verme en mi vida en mil situaciones personales. Podrán intentar pegarme, robarme o ponerme entre la espada y la pared literalmente. Os aseguro, muchos sabéis de lo que hablo, que no sería miedo lo que sentiría . Un hijo, una hija en peligro de muerte ... eso es el miedo.
Hoy he vuelto a llorar por fuera por Samuel. Hacía un par de meses que no lo hacía. Y volver a tener esos momentos me alivia el alma; al menos, hasta la próxima.
Al igual que me pasa con mi buena amiga Katia, soy incapaz de elegir palabras certeras para hacer llegar nuestro agradecimiento hacia grandes personas.
Seguramente, solo mis lágrimas inconfusas y confesables pueden estar a la altura.¿Quién sabe?
Más días como estos...
Miércoles 16 de marzo de 2016
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