Es el recuerdo de cada amanecer lo que me convence. La huida hacia delante lo que nos salvó la vida. El tiempo que pasamos juntos lo que me mantiene fuerte.
Aquella vuelta a casa, aquel cojín, aquel grito a pleno pulmón hundido en el sofá, la ducha de después, la primera noche en cobardía, el primer domingo en negro del calendario, aquellos llantos camino al trabajo durante las primeras semanas. Cuatro años hace ya de tanto que me da pavor que el reloj siga caminando y que la vida siga empujándome hacia el único sitio en el que tú no estás.
Por eso vengo aquí. Porque aquí te guardo a los ojos de todos. Aquí, a plena luz, te escondo y te llamo para mí. Porque sé que aquí regresas cada vez que te necesito. A veces, aun, con mucha tristeza y muchas lágrimas. Otras, en cambio, con pasión de padre, con amor rebosante, con caricias introvertidas.
Cuatro años son demasiados para mí. Tiemblo sintiendo que la rutina me invita a veces a no tener tu momento, a no vivir tu vida en mí. Me sobrecoge que el tiempo me obligue a caminar en el sentido contrario al que necesito. Me aterra notar que la virtud de poseerte es cada vez más voluntaria. Me estremece que la noche calme más que el día, que el camino se vuelva circular.
Es diez de septiembre otra vez. Y lo celebro. Porque vuelvo a tener esa tristeza que necesito para no despiadarme.
A ti, Samuel.
Miércoles 10 de septiembre de 2014
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