Tiro de imágenes. Sí, eso hago. Para no permitirme deambular. Para seguir soñando, aún sabiendo que sueño. Tiro de imágenes gratas. Para reír, aunque sea por fuera. Para seguir llorando solo por dentro. Tiro de imágenes que suplan al color verde, al pitido incesante, al azul del sillón.
Es que a veces me ahogo, porque me roban el aire del pecho. La soledad, quizás. La tristeza, tal vez. La melancolía, quién sabe. El infortunio, puede ser. La angustia, la impaciencia, la desilusión, la añoranza, la apatía, la lamentación... o un poquito de todas... o ninguna quizás. ¿Quién puede ponerle nombre a todo?
Por eso recurro a esas imágenes de ternura. De un padre en vela con su hijo. De una madre cantándole a su cuerpo. De unos padres disfrutando de la vida, aun cuando la vida no disfrutaba de ellos.
Y te veo tranquilo y feliz. Y me veo riendo. Y veo a mi señora con ojos que gritan pasión.
Y todas ellas, entonces, huyen de mí avergonzadas. Y salen presurosas sin echar la vista atrás, sabedoras de que volvieron a perder la batalla. Se marchan a su escondite cual hienas. Y esperan, pacientes. Y esperan, agazapadas. Y esperan, petrificadas. Y esperan incansables alguna oquedad en estas débiles almas de padres sin hijos, de padres ladrones de sentimientos al amanecer, de antónimos de huérfanos.
Que la tristeza sea algo más
que la ausencia de alegría.
Lunes 4 de julio de 2.011
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