Hace poco alguien osó decirme que debería quitar la foto de mi hijo del móvil, porque así sería más fácil pasar página y superar su muerte.
Superar su muerte... ¿eso qué significa? La muerte de tu hijo no puede esconderse en el fondo de un baúl. Unos padres no pueden renacer desde el olvido. Eso es imposible. O, mejor dicho, para mí sería imposible, por mi propia naturaleza, por mi forma de entender la vida... y la muerte.
La idea es la contraria. Es salir a flote desde el recuerdo. La muerte de un hijo es superable, pero no desde la negación de su existencia. No se trata de ponerle muros a la memoria. Se trata de convertir la tristeza en recuerdo, la nostalgia en energía.
La vida de cada uno de nosotros está formada por nuestra experiencia. Experiencias, algunas, buscadas, elegidas, y otras encontradas, impuestas. A veces son nuestras decisiones las que pesan en nuestro destino. A veces, simplemente la casualidad toma el mando. Pero ambas experiencias te hacen personas. Y ahora eres así por esa suma de experiencias pasadas. Negar todo eso es negar tu propia vida.
Somos un continuo de carne y tiempo. Las etapas vitales no son más que artificios humanos.
Ahora soy porque fui antes. Y después seré, porque ahora soy. Así me he hecho. Así me ha hecho la vida. Y así la vivo, sintiendo cada ratito.
Porque prefiero mil veces sentir tristeza que negar la existencia de un pasado que, además, me dio la mayor alegría que pude sentir.
Porque hay minutos que valen más que años. Porque hay días que cunden más que décadas.
Y hoy también puede
ser el día menos pensado.
Martes 26 de julio de 2011