A veces me pasa. A veces creo que la vida que estoy viviendo no es mía, que vivo sentimientos en tercera persona. Son destellos, ráfagas de confusión, de pensar que no, que no me ha pasado, que es imposible que a mí me pase algo así. ¿Cómo me va a pasar a mí, si eso siempre le pasa a los demás?
Pero tras la paranoia viene la realidad. Y te da un golpe directo y seco, y certero también. Y descubres muchos matices en la palabra tristeza, desde el más tierno al más cruel. Y al final te acostumbras a vivir con ella... ¡qué remedio! Porque será una fiel compañera de viaje durante el resto del camino.
La tristeza es individual. No se siente en grupo, ni siquiera en familia, ni siquiera en pareja. Al final de todo, cada uno debe lidiar con la tristeza como buenamente pueda, porque muy al final, muy al fondo, la tristeza no puedes compartirla. Estás tú. Está ella. Estáis los dos. Y tendrás que llegar a acuerdos de respeto mutuo para poder avanzar en el camino sin lastres que te coarten en exceso.
Mi forma está siendo sencilla de entender pero muy difícil de aplicar. Es simplemente entender la muerte como parte de la vida y buscarle un lado positivo a todo. Quedarse con lo bueno e intentar esconder lo malo en algún rincón lejano de tu sentir, para resentirlo voluntariamente. La tristeza no puede ser como esa canción que se mete cual gusano mental en tu cabeza. La tristeza debe venir cuando la llames, solo cuando la llames.
Hace poco que salió a la palestra el autor del libro de moda: "Si tú me dices ven, lo dejo todo... pero dime ven". No lo he leído. Solo he escuchado un par de entrevistas con el autor; una persona machacada por el infortunio. Ha pasado su vida en hospitales y ha superado varios cánceres desde su niñez, habiendo perdido una pierna en el camino. El hombre habla de convertir la muerte de tus seres querido en ganancia. Dice que cuando alguien muere, su vida se reparte entre los que quedamos vivos. Y así, en lugar de vivir tu vida, vives tu vida y la parte correspondiente de la vida del familiar que se fue. Parecen tonterías, visto desde fuera, pero os aseguro que cuando la tragedia se presenta en tu casa, estos mecanismos de respuesta son necesarios para no caer en el fondo de un pozo demasiado profundo. Es simplemente entender desde el principio que muchas veces las situaciones no son como uno quieren que sean y que es imprescindible aceptar el destino, no solo el que está lleno de rosas sino también el lleno de espinas.
Yo estoy en ello. Mi mujer está en ello. La muerte de Samuel, una vez ocurrida, no puede ser para nada. Eso la haría más inútil aún de lo que fue. La muerte de nuestro hijo, a nosotros, nos ha unido aún más de lo que estábamos y nos ha cambiado la visión de nuestra vida, poniendo lo importante sobre la mesa.
No es fácil os lo aseguro, pero es el camino que nosotros hemos encontrado para avanzar. Quizás no sea el mejor. Pero es el nuestro.
Viernes 17 de junio de 2011
1 comentario:
Seguro que ese es el camino adecuado. Si no adecuado, el camino llevadero.
Os admiro por cómo estáis llevando esto.
Felicidades y Suerte.
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