Yo no soy creyente. No debo mi vida a ningún dios y no tengo la necesidad de justificar mis actos ante un ser supremo. Mi vida la manejo yo con mis decisiones, más o menos acertadas.
Y esta forma de ver la vida lleva aparejada una forma similar de entender la muerte.
Nunca antes había vivido una muerte en primera persona. Ni en los peores momentos sentí la necesidad de abrazar la fe, porque sabía que todo sería inútil. Si la medicina no podía curar a mi hijo, no lo haría ningún dios todopoderoso, por más que mucha gente lo pudiera pedir.
Cuando vives una muerte tan directamente como la de tu hijo, además, sufres otras muchas cosas. No solo estás triste porque tu hijo acaba de fallecer, con todo lo que ello conlleva; además lo estás por ver cómo está tu mujer, tus padres, tus hermanos y toda tu familia y amigos cercanos.
Son momentos especialmente crueles, tristes y pesados. Pero hay que pasarlos porque el sistema así lo tiene montado. Los muertos también son clientes. Y entre todos esos momentos, la atención a allegados es uno de los que debes llevar de la mejor manera posible, aunque a veces cueste y mucho. Y cuesta porque algunas personas no entienden que en esos momentos algunas palabras sobran porque hieren más que calman. Y es que a mí, personalmente, que alguien me insinúe siquiera que mi hijo murió porque dios así lo quiso me molesta y mucho. Frases como "dios sabe lo que hace" refiriéndose a la muerte de mi hijo no me aportan tranquilidad prescisamente. Entiendo, por supuesto, que la gente intenta decir y actuar de la mejor manera posible. Entiendo, claro, que las cosas se dicen o se hacen buscando el alivio, el consuelo o la mejoría de los que sufrimos. Faltaría más. Y como así lo entiendo pues actúo prudentemente, rebuscando en mi interior esa sonrisa de madera para las ocasiones y callando. Pero mi alma se desgarra un poquito más con cada desatino y se cuela un poco de furia entre tanta tristeza.
Por eso, yo, cuando me toca acompañar y consolar, acompaño y consuelo. Miro a los ojos, abrazo y acompaño, escuchando a quien necesita ser escuchado y bailando al son que su música toque. Porque la experiencia me dice que no es momento para palabras, porque hay momentos en los que nada calma ni cura y porque siempre podemos elegir ser esclavos de nuestras palabras o dueños de nuestro silencio y, lógicamente, si se puede elegir, me quedo con lo segundo. ¿Y tú?
"Lo siento amigo. Mucho ánimo"
Con lo sencillo que es...
Con lo sencillo que es...
Domingo 09 de enero de 2.011
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