1 de octubre de 2024

Soleá Luque Luna

La vida da demasiadas vueltas, a veces, para encontrar ese instante preciso en el que lo que tiene que pasar atesora la verdad de lo bello, lo bueno y lo bonito. Complicaciones innecesarias, liosos laberintos que recorremos creyendo saber dónde está la salida, sin entender que ésta, la mayoría de las veces, comparte equidistancia con nosotros por más pasos que creamos avanzar. Y reiteramos el equívoco, como ese niño malcriado que se encapricha cada día de algo nuevo por no haber sido enseñado a apreciar el valor de los momentos que no vuelven. 

Pero eso no es la vida, Soleá. La vida es alba. La vida es amar al amanecer, con el naciente sol de testigo. La vida es verte por primera vez; es el primer beso de tu padre, la demostración de poderío de tu madre; es capturar olores, guardar imágenes para siempre en nuestro pecho; es el arrullo de tus abuelas, el babero siempre húmedo de tus abuelos. La vida es llorar riendo... y reír llorando, claro que sí. La vida es la primera vez de tantas cosas bonitas que viviremos todos juntos. Y las segundas y terceras veces de tantas vivencias emocionantes que abrazaremos como la primera vez a tu lado. La vida, Soleá, es cantarte al oído Luna de Acero, de Salmarina mientras te duermes... 

Se parece por el vuelo
que va herida la paloma, 
y el laurel por el suelo, 
no ponerle a los niños, 
luna de acero...



Por eso, te digo, sobri, que la vida se adivina pura e inmaculada a las claritas del día, ese momento aún inalterado y libre, como tú, sin tiempo para artificios, como tu venida. Búscala siempre ahí, chiquitina. Allí estaremos esperándote con todo el amor del mundo para darte, con los brazos siempre abiertos para protegerte, para protegernos mientras bebemos de tu sonrisa. ¿Dónde si no?

Bienvenida a casa, benjamina. ¡Qué bonito broche de oro!

A las claritas del día
¡qué valiente borrachera!
Yo cantando a las esquinas
calle de la fuente vieja.
(Salmarina, 1984. A las claritas del día. 
Album, Ay con el Ay) 
Martes 1 de octubre de 2024




10 de septiembre de 2024

14 años sin ti, hijo mío.14 años de un trato.

Hoy hace catorce años que murió mi hijo.

La venida del dolor, el avance de lo terrible, me hizo (auto)defenderme. 

Un acuerdo sin firmar. Una promesa sin acabar. Mi escapatoria.

Un sí, pero no siempre. Un sí, pero no tanto. Un sí, pero respirando, pero latiendo, pero siendo.

Un no, pero alguna vez. Un no, pero un poco. Un no, pero doliendo, pero llorando, pero estando.

Un trato sin cerrar. Mi salvación.

Porque un trato no siempre se firma en un momento preciso. A veces, se va alcanzando sin terminar de alcanzarse nunca, como ese horizonte que mantiene constante su distancia. A veces, sin saber ni cómo, ni cuándo, ni por qué, sabes que no lo cerrarás nunca; pero tampoco te importa, porque tu salvación se encuentra precisamente en el camino, en el andar diario hacia ese destino que compartirás algún día con quien tiene un trocito de tu alma, ese alma que no entiende de momentos precisos ni de palabras exactas, ese alma que sí entiende de promesas por cumplir. 

Sigue descansando en paz, hijo mío. Mi pecho siempre será buen cobijo para ti, te lo prometo.

Yo seguiré yendo siempre contigo, siempre en mí.

Y que nuestro trato, entonces, siga eternamente por hacer.


"El trato era que nos miráramos

cuando nadie nos pudiera ver"

El trato (Alejandro Sanz, 2019)

Martes 10 de septiembre de 2024

14 de agosto de 2024

Paola 13.

Felicidades, rubia mía. Trece maravillosos años a tu vera y aún en deuda contigo. Verte crecer feliz, con esa bendita cualidad que tienes de llenar cada lugar en el que reposas, me llena el pecho de orgullo. Y así, te contemplo a cada rato viendo cómo la bondad y la belleza pueden ser una, notando cómo la dulzura vive apegada siempre a esa sonrisa que me destroza, comprobando que tu mirada posee, desde y por siempre, la virtud de la respuesta.

El tiempo camina intrépido, a paso firme, convincente, por una calle. El miedo y la satisfacción esperan, aguardan, tras cubos de basura, batallando por tomar la estela del tiempo y acompañarlo en este transitar que no tiene pausa ni retroceso. Tú eres tú. Y ahí vas, decidida. Con todo por delante. Ofreciendo honradez y ternura. Llenando inhóspitos rincones de vida. Y yo soy yo. Un mar de dudas. Intentando encontrar el equilibrio entre sostenerte y lanzarte a este selva de cristal indomable que nos rodea. ¿Cómo hacerlo, entonces?


Vive tu vida, hija mia. Y no dejes nunca de sonreírme. 

Te quiero millones, rubia mia. Te quiero hasta dar mi vida por ti sin dudarlo un instante. Así, literal. 

¡¡Felicidades!!

Miércoles, 14 de agosto de 2024




1 de agosto de 2024

Diez años. Una década. Dos velocidades.

Hay años que corren, que vuelan, tanto y tan rápido, que se convierten en una década antes de que puedas darte por avisado. La vida bulle. Y tú, preparado siempre, tienes el don de saber disfrutarla. Y lo haces, como cuando tiras tu tabla de madera en la orilla (skimboard creo que le llaman) y arrancas para saltar sobre ella y deslizarte... a tope. Y yo, mientras, marineo entre el disfrute y el miedo, entre el gozo y la necesidad de pulsar el pause, entre tus tequieros y mis riñas conmigo mismo.

Diez años ya, Martín, y este amor que nos profesamos sigue inagotado, y es inagotable. Como tu energía, hijo mío. 

¡¡Felicidades, tunante!! Te quiero con todas mis ganas, con todas mis fuerzas.

¡¡Ah!! Y abrázame. Abrázame mucho. Que me proteges.

Jueves 1 de agosto de 2023

25 de junio de 2024

Hoy es 25 de junio por decimoquinta vez.

Quince veces van. Una con el pecho en llamas y ya catorce con el alma llena de rescoldos. Pero todas ellas con el calor en residencia, habitando.

El tiempo pasa inexorablemente. Los días se suceden uno tras otro y nos llevan a no vivir la vida. Nos tomamos, por momentos, incluso, la licencia de malgastar ratitos que nacen irrepetibles. A veces, porque nos empujan. A veces, porque empujamos tomando el equivocado camino de lo urgente. Y pasamos, así, acaso, por la vida de puntillas a tal velocidad que no dejamos huella en el camino o, en el mejor de los casos, una huella imperceptible. Somos levedad. 

Y en esta huida casi obligada, casi impuesta, casi ajena, lucho por no separarme de ti. Peleo incansablemente conmigo, con la sombra que siempre me sigue, con lo cotidiano, por llevarme aquellos (nuestros) recuerdos siempre allá donde voy, tan dentro de mí, que parasiten en mi alma. Duradero pegamento este que nos une. Y deseo, mirando a las estrellas, tener la lucidez suficiente para vivir juntos la vida. Porque quiero seguir siendo siempre tu padre, hasta el último día de todos, y cumplir aquello que pensé en mi peor momento. Y porque ya no sé hacer esto de otra forma, enano.

Otra tarta quedará hoy en un escaparate. Otras velas, también. Alguna prenda de ropa de esas nuevas marcas adolescentes que me llaman viejo a la cara volverá al almacén sin ser vendida. Quizás fueron confeccionadas con tu nombre, Samuel. La realidad no acepta excusas. 

Aquel 25 de junio de 2010, con tu venida, aprendí que mi huella debe ser indeleble. Comprobé que por siempre serías ese sol que nunca parará de girar para alumbrarme. Que hará brillar lo bueno que pueda haber en mi alma. Setenta y siete días después, con tu partida, me comprometí conmigo mismo que siempre pesarían más los días juntos que los días separados, por mucho que el hijo de puta del tiempo empuje. Vivir desde la alegría de lo vivido. Porque no hay luz que más ilumine, ni calorcito que más cobije, que el resplandor de lo amado. Y yo te quiero con toda mi alma.

Catorce años ya, Samuel, catorce años.

Felicidades, siempre.

Martes, 25 de junio de 2024

Porque sé que la fe 
es creer en algún dios,
aunque no existanO en existir,
aunque ese dios, a veces,
no crea en tiEn caminar, aunque no brille tu estrellaComo tú, camino por esta tierra
que pronto será yerma
(Manolo García (2011), Somos Levedad. Nunca el tiempo es perdido)

 

8 de abril de 2024

Las últimas veces

Casi cada fin de semana, durante mucho tiempo, años, acudíamos a la parcela de mi tía Mariluz y mi tío Rafael, junto con toda la familia de mi madre, a echar el día. Arroz, barbacoa, botellines, refrescos, mucha pelota, piscina (en temporada), juegos, risas... muchas risas. Éramos felices y los primos, sin saberlo nosotros pero sí nuestros padres, echábamos unos cimientos, benditos, que aún hoy nos sostienen feliz y firmemente. Gracias, viejos.
 
Casi cada día, durante mucho tiempo, dos o tres años, mi Martín, mi hijo mediano, me pedía dormirse en mi pecho, con nuestros latidos redoblando a compás mientras le contaba alguna de mis batallitas de futbolista de los malos, convenientemente aderezadas con mi particular visión de la historia. Alguna exageración que otra, lo normal.

A mi Paola, mi hija mayor, de naturaleza despierta, o alérgica, no al sueño pero sí a quedarse dormida, le encantaba que recorriéramos el pasillo con ella en brazos, su madre o yo, contando 40 ó 50 elefantes balanceándose en perfecto equilibrio en la mejor tela de araña jamás construida.

Las nochebuenas en casa de mi abuela Julia eran perfectas. Las Navidades, en general, lo eran. Comer, beber, familia, primos y cantar mucho hasta altas horas de la madrugada. Villancicos y sevillanas, alguna canción por bulerías, enorme mi tío Manué por Machín por fiesta. Jamás cambié ningún rato de estos por salir con los colegas a ningún antro de moda, a ninguna plaza alcoholizada y maloliente. Las nochebuenas, siempre, al lado de mi padre, mi tío Jesús y Salamarina. Eran, repito, perfectas. Además, siempre se hablaba algo de mi abuelo Antonio. Y eso, para mí que no llegué a conocerlo, molaba.

Pues eso. Cuatro momentos felices y plenos en mi vida sencilla. Cogidos al azar, como podría haber cogido cualesquiera otros. Tú tienes los tuyos. Y hoy, seguramente, me des la razón cuando te digo que aquello estaba muy cerca de la felicidad. ¿Quién necesita más? Y todos estos momentos, además de la felicidad, comparten que en su tiempo, todos ellos, durante largos periodos, fueron conjugados en presente y siempre con la sensación de infinitud, eternidad. Parecían como que por siempre ser, por siempre estarían. Pero no. Todos marcharon. Todos, sin saberlo, tuvieron una última vez, inconsciente yo de ello. 

¿Cuándo fue la última vez que cogí a mi hija, ya preadolescente, para llevarla en brazos a la cama? ¿Cuándo fue la última vez que fuimos a la parcela de mi tía, que dormí a mi Martín en mi pecho?

¿Cuándo será la última vez que recogeremos un salón desordenado de juguetes, que le diremos a nuestros hijos que los dientes se lavan todos los días, que le pongamos hora de vuelta a casa a mi hija?

¿Cuándo será la última vez...?

Lunes 8 de abril de 2024




17 de marzo de 2024

17 primaveras.

Feliz aniversario, esposa mía.

Diecisiete años después de aquel marzo de 2007 ahí seguimos construyendo nuestro camino, de la mano, a nuestra bonita y especial manera, avanzando entre estos vaivenes que la vida nos propone. Juntos y asidos.

Diecisiete años hace ya de aquellos sí quieros. Y diecisiete años de nuestro beso. 

¿Sabes? Siempre pienso en aquel beso, de su espontaneidad y arraigo, de su ingenuidad, de lo incontrolable del amor. Y ahí me quedo anclado. Es como ese punto al que volver cuando necesitas pureza, quitar artificios, capas de maquillaje, de falsedad a esta vida tan vivida pendiente del qué pensarán los demás. Un lugar y momento en el que creer, en el que depositar toda la fe, en el que recargar. Bien sé, sabemos, que no es el único que tenemos, que en esta construcción diaria del amor hemos sabido, a base de mucha casta, poner más hitos a los que regresar cuando el presente lo reclame, pero éste, para mí, es muy especial. Porque somos tú y yo. Y nadie más. Y porque habla de pasado, explica el presente y avanza el futuro. 

¡Y qué bonito todo a tu vera!

A por otros cuantos más.


Sábado 17 de marzo de 2007.
Domingo 17 de marzo de 2024.

Me gusta quererte...

Domingo 17 de marzo de 2024.